sábado, 3 de marzo de 2018

El globo que quería volar

Érase una vez, un cachito de plástico que vivía en una bolsa rodeado por sus hermanos. Él era de color azul, pero su familia tenía todos los colores del arco iris, y vivían juntos colgados de un expositor, hasta que un día, un chico joven vino y se los llevó de la tienda.




Al día siguiente, los hermanos y hermanas vieron a través del plástico de su bolsa, cómo este chico, al que sus compañeros de piso llamaban Marcos, se vestía de payaso, agarraba la bolsa, y se la metía en el bolsillo. Ahí no había mucho sitio, también había un juego de llaves, un pañuelo y un matasuegras, pero a ellos no les importaba que les aplastaran porque eran de plástico muy flexible.

Nuestro amigo azul comenzó como acostumbraba a hablar del cielo, que siempre había visto desde el expositor donde colgaban, y de cómo un día pensaba recorrer ese cielo aún más azul que él. El resto de sus hermanos le escuchaban con compasión, ¡cómo pensaba abandonar la bolsa y más aún, recorrer el cielo!

Entonces el payaso Marcos les sacó del bolsillo, y vieron estupefactos que ¡se encontraban en una fiesta de cumpleaños! ¡Y todo estaba lleno de niños!

Poco a poco, Marcos iba sacando a sus hermanos de la bolsa, y con ellos, hacía formas muy graciosas de perritos, jirafas y otros animales. Llegó un momento, en que nuestro protagonista tuvo mucho miedo, porque pensó que se quedaría solito en la bolsa y ya no tendría a nadie con quien hablar, pero entonces, el payaso sacó el último globo para hacer una preciosa forma de un caballo azul y se lo entregó al niño que cumplía nada menos que ¡cuatro añitos!

Nuestro, ahora, caballo, asumió que nunca podría surcar el cielo, y que sería el amigo de este niño tan especial para siempre, e incluso se sintió feliz al ver la enorme sonrisa del pequeño, que le sostenía como si fuera un verdadero tesoro. El niño se llamaba Rodrigo.

Entonces, cuando Rodrigo sopló las velas de cumpleaños, pidió su deseo. No lo pronunció en voz alta, sólo lo pensó y lo pidió con todas sus fuerzas.

Cuando terminó la fiesta, los niños volvieron a sus casas, y Rodrigo fue a acostarse, llevándose a su habitación su globo. Pero entonces, el cumpleañero abrió la ventana, y le dijo a su equino, que su deseo era que volara y fuera libre por siempre. Quería que surcara para siempre el cielo y por eso le soltó, dejando que saliera por la ventana.

Nuestro caballo comenzó a flotar por el aire, y subió y subió, veía tejados, y muchas luces en el suelo, no paraba de ascender. Llegó un momento en que atravesó las nubes,  al principio sentía gran felicidad por haber cumplido su deseo de poder volar. Pero se dio cuenta, que ya no podía ver a Rodrigo, así que se puso muy muy triste...

En ese momento una mano brillante de un ser con unas alas color blanco, le dio un gran impulso hacia arriba, y el caballito voló como un torpedo hacia arriba, viviendo un verdadero milagro mientras subía.

Su color azul fue siendo cada vez más blanco, y un polvo empezó a caer de su cuerpo mientras se transformaba en una preciosa estrella. Y siempre se esforzó en brillar muy muy fuerte, cuando veía a Rodrigo mirar, cada noche, por su ventana.