
Érase una vez, una flor blanca. Se trataba de una rosa de pequeños pétalos inmaculados, toda ella blanca perlada, casi era un capullo porque todavía no se había abierto del todo. Y esta rosa, había nacido en un cuento, un maravilloso cuento en el que habitaban brujas y príncipes. Pero la rosa, que siempre había estado en el cabello de la pequeña Cenicienta, quería algo más, porque el mundo no podía limitarse sólo a ver cómo ésta hacía las labores del hogar, o iba a fiestas.