viernes, 27 de octubre de 2017

Ramón el caballo valiente

Érase una vez un caballo muy bonito, todo él castaño. De raza era un caballo andaluz, que son ejemplares bellos y dóciles, muy nobles; de aspecto musculado, con gran movilidad en las orejas y ojos vivos, que dota a los equinos de esta raza de gran expresividad.




El nombre de nuestro amigo era Ramón, tenía nombre de persona porque sus dueños le habían criado con gran cariño.

Ramón vivía feliz en su granja, y le gustaba mucho jugar con Emilio, el hijo pequeño de la familia. Para el niño, que había cumplido nueve años, Ramón era como un hermano, y cada noche le acompañaba a su cuadra a dormir, le palmeaba el corto y grueso lomo y le daba un beso entre los ojos, mientras Ramón correspondía a ese gesto de amor moviendo las orejas de atrás hacia delante. Sin ese beso, Ramón no podía dormir, porque adoraba a Emilio, que era para él, su amito.

Un buen día, Emilio, que solía volver sólo del colegio, no apareció a su hora.

Como no sabían dónde estaba, los padres llamaron a los vecinos y entre todos organizaron la búsqueda de su hijo, formando grupos, para recorrer los posibles caminos desde la casa hasta el colegio.

Pero Ramón estaba encerrado en su cerco, rodeado de una valla muy alta, y se sentía muy triste porque sabía lo que pasaba y no podía salir ni hacer nada.

Así que ni corto ni perezoso, Ramón decidió que pese a que no se le dejaba abandonar su prado, tenía que ayudar como fuera a Emilio. Llegó a la conclusión que tenía que saltar esa valla tan alta como fuera y salir a buscarle, porque no podía quedarse cruzado de patas mientras Emilio se hayaba perdido y solo.

En el primer intento decidió coger carrerilla, pero al llegar a la tapia no pudo saltar y se hizo daño en la pata derecha delantera. ¡No había saltado suficiente!

Aunque le dolía, hizo de tripas corazón y esta vez, mientras corría hacia la verja pensó en todas las noches que Emilio le tranquilizaba y animaba con besos antes de ir a dormir, así pues, consiguió coger un gran impulso, y aunque sufría mucho, pudo dar un salto enorme que le permitió salir.

Cojeando, y recordando lo bien que olía siempre Emilio a chocolate, galletas y los guisos de su mamá, Ramón se dirigió al camino por el que cada día veía llegar a su amiguito. El dolor en su pata le hacía ir muy lento, pero su gran corazón y amor por el niño le ayudaba a avanzar.

Se cruzó con gente que llamaba a Emilio, nadie se fijó en nuestro caballo, que andaba sobre tres patas con gran esfuerzo. Entonces, de repente, pudo captar un rastro muy reciente de su amigo, y decidió seguirlo, aunque el olor se perdía entre matorrales, como si se hubiera desviado del camino.

Bajando una rampa de tierra con enorme arresto, Ramón vio a Emilio, cuyo cuerpo quedaba tapado por unas plantas. ¿Cómo podría ayudarle?

Decidió morder su abrigo, y arrastrarle hasta una zona sin vegetación más cercana al camino para que los que le andaban buscando pudieran verle. Y como nadie se fijaba en el caballo, Ramón no sabía cómo llamar la atención.

Pero entonces, nuestro precioso caballo vio a los papás de Emilio que recorrían de vuelta el camino, y decidió que su voluntad era mayor que cualquier dolor, así que se puso a dos patas, relinchando lo más alto que podía, hasta que los papás le reconocieron.

Así Ramón pudo ayudar a su amigo, que se había caido por una pendiente y se había quedado inconsciente. Emilio y Ramón fueron rescatados por los padres y pudieron recuperarse sin problema.

Gracias a su gran corazón, Ramón pasó a ser un miembro más de la familia para todos, y nunca más se separaron. Ya no necesitaba ninguna cerca que le impidiera salir del prado, y por las noches, todos se despedían con besos de este caballito tan valiente, que fue feliz para siempre con Emilio y sus papás.







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