viernes, 27 de octubre de 2017

El mundo escondido


¡Las vacaciones han llegado! Por fin, ya no toca estudiar, además Rodrigo había aprobado todo y por fin tocaba pasar las dos semanas en La Parra con los abuelos. Sus padres no podían acompañarle, porque trabajaban, le recogerían al fin de esas dos semanas y así podrían ir todos jutos a la playa. 



Pero de momento, le tocaban estar dos semanas con su amigo Jorge, que vivía en una casa un poco más arriba de su calle. Jorge solía pasar más tiempo en el pueblo porque su madre iba y venía de Cuenca en verano, pero Rodrigo, que vivía en Madrid, estaba sin el control de sus padres más tiempo.

Y en el pueblo todo vale, así que estas dos semanas eran lo mejor, todo el día por ahí pululando, correteando y jugando a mil historias con su amigo. Jorge era un encanto de niño, y Rodrigo otro, pero cuando se juntaban eran dos terremotos.



El tren de Rodrigo llegó  por la mañana y su abuelo le recogió en la estación del AVE en Cuenca, de ahí a  La Parra, unos 35 kilómetros, y el abuelo, que sabía que estaba muerto de hambre, no paraba de decirle las muchas cosas que tenía la abuela preparadas para él. “¡Además están los Holandeses! Y nos han invitado a comer mañana así que tienes que portarte bien.”


La verdad es que Rodrigo se portaba bastante bien, así que no le preocupaba, pero sí estaba contento de poder ver a Karin, Brice y Fla, su perrito, que le tenía bastante pánico por los enormes achuchones que le daba.



Tras comer un poco de todo, la sopita de la abuela, tortilla de patata, patatas fritas y un helado, Rodrigo, al que no le apetecía nada dormir la siesta, se fue al jardín de la casa de los abuelos, a ver el huerto con el abuelo. Gregorio no hacía más que quitar malas hierbas mientras Rodrigo jugaba con la bici, pero Jorge asomó la carita por la puerta del jardín para saludar a Rodrigo, y se dieron un abrazo enorme, como si no hubieran pasado meses desde la última vez que se veían. 


Jorge tenía 5 años, y Rodrigo 4, pero se entendían perfectamente. Enseguida empezaron a turnarse a ver quién podía subir a la piedra más alta, hasta que terminaron los dos, sin darse cuenta el abuelo, subidos encima del pozo.




Jorge intentó bajar, pero sin querer dio un traspiés, Rodrigo intentó sujetarle pero ambos cayeron por el pozo. El abuelo, ajeno a todo, siguió arrancando malas hierbas de las hileras de las tomateras.

La caída fue más susto que nada. Estaban en un agujero, pero arriba no se veía luz, y más que un pozo parecía una cueva sin techo. Al final del túnel sí que se veía una luz a lo lejos, así que ni cortos ni perezosos, acordaron llegar hasta la luz, que seguro era del sol.




Se fueron acercando, y lo que vieron era un ser parecido a un humano, tocando la flauta, sentado sobre una piedra. Tenía orejas puntiaguda y pelo naranja y largo, en la coronilla estaba de lo más calvo. Con un traje verde con chaleco, era tal y como habían imaginado un duende del bosque. La luz provenía de una libélula que movía el cuerpo al unísono con la canción del duende. Jorge y Rodrigo quedaron boquiabiertos, la música les había cautivado, alegre y divertida.



“¿Y quiénes sois? ¿Os ha gustado mi canción?” “Yo soy Jorge y éste es Rodrigo. ¡Nos encanta! ¿Quién eres tú? ¿O qué eres tú?”

“Pues soy un duende, ¿qué voy a ser si no? Vosotros que sois niños todavía podéis verme, lo mayores no nos ven porque cuando los humanos crecen, decimos que les aparece un velo, y dejan de ver el mundo mágico. ¿Os habéis perdido?”

La verdad es que no se habían perdido, tan sólo habían caído por el pozo del abuelo de Rodrigo, y simplemente tenían que salir, ¿conocía el duende una salida? El duende se rió y les dijo que no podían salir así como así del mundo de las hadas. Tenían que hacer un regalo a la Reina, y si ésta les dejaba salir, les abriría la puerta mágica.




“¿Qué puede querer la reina? Yo tengo estos cromos del Real Madrid” –dijo Jorge. “Yo sólo tengo una moneda que me ha regalado el abuelo” –Rodrigo tenía los bolsillos, excluyendo la moneda, vacíos.

“Yo, Plim, os voy a ayudar. Conozco a la reina y sé que se pirra por la miel. Vamos a buscar a mi amiga la abeja Kira, que seguro que nos echa una mano”.




Echaron a andar por el túnel y salieron por una grieta. Al salir, vieron unas plantas enormes, que parecían grandes árboles, y de las que colgaban… ¿¿¿¡¡¡pepinos!!!???



“¿¿¿Pepinos???” ¡¡¡Pero si las plantas son gigantes!!! ¿Cómo puede ser?” Jorge no se lo creía. “Verás, Jorge –explicó Plim mientras se alisaba el pelo naranja- en el mundo de las hadas somos todos pequeños. Y es peligroso, ¿ves? ¡Saltad!” Un enormísimo pie del abuelo les pasó a escasos centímetros. El abuelo, sin saberlo, les podría haber pisado, porque había terminado con las malas hierbas de los tomates y ahora le tocaba limpiar la zona de los pepinos. 



Jorge y Rodrigo habían pegado un salto enorme y estaban a los pies de una planta de berenjenas. “¿Cómo vamos a salir de aquí?” Plim sacó su flauta y tocó tres notas. No pasó más de un minuto en que una preciosa abeja enorme hacía zumbar sus alas delante de ellos. “¡Venga, montad!”



La verdad es que agarrarse al lomo de Kira era difícil, y mantener el equilibrio encima de la abeja también, pero fue sin duda lo más divertido que habían hecho nunca, agarrados a los pelitos que tenía en el tórax. El aire les movía el cabello, la velocidad era impresionante, porque en un suspiro estaban a metros por encima del abuelo, que era el que entonces parecía pequeñito.



“¡Esto es genial! ¡Se ve mi casa!” Jorge no se podía aguantar los gritos de felicidad y Rodrigo no era menos “ ¡¡Y mi abuelo parece una hormiga desde aquí!!”



Kira empezó a hacer quiebros y a emitir un sonido un tanto extraño, Plim echó la mirada hacia atrás y les dijo “¡Cuidado! ¡Agarraos fuerte que nos persigue una avispa! ¡que quiere impedir que volváis a casa!”. 



Una avispa incluso más grande que la abeja Kira estaba detrás de ellos, era más amarilla y más alargada, con cintura muy estrecha; Kira era de color pardo y más gordita. Rodrigo intentó animar a Kira “venga Kira ¡tú puedes!”


Plim echó mano de su flauta y tocó cuatro notas, esta vez diferentes a las que usó para llamar a la abeja, y en muy poco tiempo gracias a Dios, apareció una libélula que parecía tan grande como un elefante delante de ellos. Les dejó pasar, pero de repente, con un impulso enorme, atravesó la distancia que la separaba de la avispa y tomando forma de cesta, agarró a la persecutora, desapareciendo de su campo de visión.



Kira, ya más tranquila, pudo rebajar el ritmo, pero el resto del viaje no fue para nada relajado. Consiguieron llegar a la casa de Kira, la colmena, en escasos minutos, y allí se bajaron todos del lomo de la buena amiga de Plim. “Gracias Kira, ¿nos puedes por favor guiar hasta la abeja reina? Rodrigo y Jorge necesitan un favor”. Kira asintió con la cabeza, y comenzó a andar. 



Seguirla no era tarea fácil, ya que la colmena no estaba precisamente en horizontal sino que la casa de las abejas estaba construida tanto en vertical como en horizontal. Había zánganos y obreras, a primera vista. Había algunas obreras que segregaban como cera por el abdomen, y estaban construyendo las nuevas celdas que albergarían a los huevos, otras traían comida, incluso alguna volaba por encima para vigilancia y seguridad de la comunidad.



Se les hizo muy largo, pero la verdad es que guiados por Kira, la tarea fue más ardua que peligrosa, y finalmente consiguieron llegar hasta la presencia de la reina. La reina era más grande y larga, su abdomen más largo y tenía aguijón.

Curiosamente, la reina les habló mentalmente y pudieron entenderla, aunque tenían que responder hablando en voz alta. “Hola Plim, ¿qué necesitas de mí esta vez?” “Su majestad, es un honor que nos reciba –Plim hizo una reverencia, lo cual agradó al insecto real- mis amigos Jorge y Rodrigo, necesitan de vuestra ayuda.”




“Su Alteza –Jorge era más mayor y mucho más picaruelo que Rodrigo- goza Usted de gran belleza y sabiduría. Le rogamos su ayuda, puesto que necesitamos volver al mundo humano, preferiblemente antes de que nos busque nuestra familia y nos castiguen. Necesitamos regalar miel a la Reina Duende para que nos deje volver a casa”.



La Reina estuvo pensando un rato, y finalmente dijo “Os daré mi jalea, si a cambio me ayudáis contra las avispas. Hemos localizado dos avisperos. Están comiéndose a mis obreras, y nos está resultando muy difícil crecer en número. Hay un avispero en el tejado interior de la Iglesia humana, y otro avispero en el portón de la casa de las gallinas “.



Lo de la Iglesia estaba claro, pero ¿la casa de las gallinas? Rodrigo se acordó de repente “Yo sé dónde es, es la casita donde Socorro tiene las gallinas, está todo el rato puesta la música clásica para que den más huevos”. 

La reina replicó “¿Nos dais vuestra palabra de que nos ayudaréis en esta tarea?” “¡¡¡SI!!!” respondieron al unísono.




En un momento aparecieron dos zánganos con dos hojas de parra dobladas formando dos sacos, donde dentro habían depositado la valorada jalea real, alimento de reinas. “Gracias Majestad, le damos nuestra palabra de honor de que cumpliremos nuestra palabra”.



Así pudieron volver al lomo de Kira y de otra abeja que se ofreció para acercarles hasta el Árbol de los Duendes, porque ya los tres, más las dos hojas de parra, eran mucho para la amiga de Plim.



Esta vez el vuelo transcurrió sin dificultades, y cerca de la Ermita, las abejas se posaron en el suelo a los pies de un maravilloso árbol, en el que nunca antes se habían fijado ni Rodrigo ni Jorge.



Las dos abejas se despidieron con un zumbido corto, y les dejaron a las puertas de la Mansión de la Reina Duende. Allí Plim llamó a la puerta, y una duende apresurada les abrió sin dilación. ¡¡¡Las duendes tenían alas!!! Eran una versión femenina de Plim, pero con más pelo y con dos preciosas alas. “Queremos ver a la Reina” Jorge no quiso esperar, porque pronto iba a anochecer, y su madre le iba a echar la bronca por llegar tarde a cenar. Su petición fue cumplida y entraron en la sala del trono.



Había muchos duendes tanto masculinos como femeninos, y todos iban vestidos de verde. Al fondo, llegando por una alfombra roja, estaba la Reina Duende. Era preciosa, con un pelo castaño que le llegaba a la cintura y que mantenía trenzado, con un vestido azul y unas preciosas alas dobles. “Veo Plim que no acudes solo, ¿quiénes son tus amigos?”

“Mi señora Reina, son Jorge y Rodrigo, del mundo humano, que desean volver a su casa. Le ofrendan jalea real a la más bella de los duendes, para que les ayude en su vuelta”.




La reina aceptó con un gesto de su cabeza el regalo, que retiraron unos duendes, y bajando de su trono, les dijo: “Debéis hacer una promesa. Debéis respetar para y por siempre los animales y plantas de vuestro mundo, nunca hacerles daño, y respetarlos a todos, porque son parte de nosotros”.



Jorge y Rodrigo se sintieron muy honrados, porque ambos pretendían cumplir su promesa, además de que siempre habían sentido gran respeto por los seres vivos, y asintieron.

“De acuerdo, os concedo la vuelta entonces”. Apareció en mitad de la sala una puerta, tanto Rodrigo como Jorge tenían los ojos llenos de lágrimas. “No queremos olvidaros” mascullaron ambos.




Plim sacó su flauta mágica, y tocó una maravillosa melodía que les llegó al corazón, y les dijo “amigos, no nos olvidaréis, os regalo que podréis soñar siempre con nuestro mundo”.



Tras un gran abrazo, cruzaron la puerta. Ambos aparecieron al pie del pozo del abuelo Gregorio, quien estaba ya terminando de formar una pila de malas hierbas, de las que se encargaría otro día. 


“Aquí estáis, ¡no sabía dónde os habíais metido! Venga a casa, que nos estará esperando la abuela. Jorge, ¿te quedas a cenar?”

Rodrigo y Jorge se abrazaron y se fueron a comer la riquísima cena de la abuela de Rodrigo.



Al día siguiente, Jorge y Rodrigo consiguieron encargarse, con ayuda naturalmente, de los avisperos, y nunca dejaron de soñar, cuando lo necesitaron, con Plim, su flauta y la maravillosa amiga Kira.



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