viernes, 27 de octubre de 2017

Plim y Flo

Un buen día nuestro amigo Plim estaba tocando la flauta, algo nada raro. Os recuerdo, era un duende de orejas puntiagudas, con largo pelo naranja, aunque su coronilla estaba totalmente lisa y reluciente como una bola de billar. Vestía un traje verde con chaleco, era tal y como imagináis, un duende del bosque.

Plim era uno de los mejores amigos y siervos de la reina duende, porque entre otras cosas, sabía ver cuándo iba a producirse las fisuras que permitían a los niños entrar en su mundo mágico. Las roturas de la realidad las provocaba la propia magia, cuando necesitaba algo del mundo de los humanos, pero la magia necesitaba mentes abiertas y sólo podía, normalmente, manifestarse con los más pequeños e imaginativos, que son los niños.






Así que Plim, que sabía que algo iba a pasar en la fuente del pueblo, estaba tranquilamente sentado al borde de la estructura, con los pies enormes y peludos dentro del agua disfrutando de su frescura, mientras tocaba una suave melodía para comunicarse con los peces de colores.

Mientras, Leyre y su amiga Edurne estaban jugando frente a la iglesia, con sus patinetes, pero decidieron ir a ver los peces de la fuente. Leyre creyó ver un pez con muchos más colores de lo normal así que se inclinó para acercarse más, y ahí lo pudo ver.

Era un pedazo de pez enorme con una boca grande y unos labios que no paraban de tirar besos para respirar dentro del agua, de muchísimos colores que iban cambiando cada rato. El pescadito miraba a Leyre y ésta a la carpa de río, hasta que sin querer se inclinó tanto que cayó hacia el agua, y Edurne, que intentó agarrarla, cayó detrás de ella.


Las dos de repente se vieron montadas encima del pez, que ahora era tan grande como una barca pequeña, y éste estaba observando a su vez a Plim, que seguía ensismismado en su melodía. "Por fin habéis llegado, ¡qué bien!, os estaba esperando."

Leyre y Edurne se miraron incrédulas, y se bajaron del pez, quedando con Plim en el borde de la fuente. Ahora todo se veía grandísimo, los pinos parecían enormes torres y las piñas eran grandes como casas.

"¿Qué hacemos aquí?" dijo Edurne, así que Plim le contestó: "Os ha traído este mundo mágico, porque sois las únicas que pueden ayudarnos. Tenemos un problema con el jefe de los gatos, que ha decidido terminar con todos y cada uno de los ratones. Normalmente, sólo son escarceos, porque aquí los gatos comen bien, pero según parece ese felino caprichoso está dispuesto a acabar con cada ratón, y los roedores son nuestros amigos. Además, son necesarios para el equilibrio de las cosas, no pueden desaparecer sin más."


Leyre estaba muy preocupada y preguntó qué podían hacer ellas, así que Plim le explicó que él no podía hablar con el jefe gato porque se lo comería (según parecía, a los gatos les encantaban los duendes de cualquier forma, a la plancha, a la vinagreta, incluso ¡crudos!)


De esta forma, Leyre y Edurne se dieron cuenta de que era una misión muy importante y que ellas dos se las apañarían como fuera para ayudar al duende calvo. La misma Edurne tenía un gato gris y blanco precioso. Por ello se pusieron todos en marcha de lo más decididos, convencidos de que tendrían mucha suerte.


Bajaron de la fuente y se dispusieron a seguir a Plim, el duende, que cuando echó a andar provocó risas en las dos niñas, porque sus piernas eran muy cortas y regordetas, y necesitaba bambolearse mucho para dar pasos grandes. Éste refunfuñó un poco, ¡qué dos más maleducadas! pero en el fondo eran dos niñitas preciosas así que en realidad le gustaba que se rieran.


Llegaron a la Iglesia, que estaba abierto porque el cura había venido al pueblo a dar la misa, de hecho, las puertas estaban totalmente abiertas de par en par y del altar mayor emanaba luz. Plim asomó la cabeza por la puerta y dijo "ahí estás Benim, te voy a presentar a Edurne y a Leyre, que nos  van a ayudar con el problema de Flo".


Las dos niñas entraron en la Iglesia, al fondo se veía al cura que era enorme, ellas casi no llegaban ni al reposadero de los pies de los bancos de oración. Entre los bancos vieron una naricilla rosa que se movía nerviosa y de la que salían unos pelitos largos y simétricos a ambos lados.


Entonces tras la nariz, que salió un poco, apareció un morro alargado color blanco, que terminaban en una cabeza de ojos rosas con dos orejitas redondas, rosas por dentro y coronadas por pelitos blancos. Se trataba de un ratoncito precioso.


El ratón habló sin problema: "encantado de conocerlas señoritas, como ha dicho Plim, mi nombre es Benim, y soy un gran amigo de este duende, así que les doy la bienvenida a mi casa. Vivo en esta Iglesia".


Siguió hablando, mientras las niñas daban las gracias. "Tenemos el problema del gato Flo, que ha unido al resto de gatos, antes almas solitarias, y les ha organizado contra nosotros. Tenemos mucho miedo y no podemos ni salir a las calles, nos hemos recluido en nuestras casas, a la espera de que alguien tenga la bondad de ayudarnos. Sois muy amables por intentarlo."


Leyre le aseguró que harían todo lo posible y le tendió la mano para despedirse, era una manita rosa que terminaba en unas uñitas preciosas, muy suave toda ella, pero también bastante fuerte.


Las dos salieron de la Iglesia precedidas por Plim y siguieron con la búsqueda de ese tal Flo, ¡menudo gato malvado!


Cuando iban por una calle, Plim señaló hacia arriba, y escondiéndose detrás de Edurne, se intentaba hacer pequeño para que un gato enorme que estaba sobre una valla no le viera demasiado, no fuera a ser que decidiera saltar y comérselo.


Edurne lo vio inmediatamente, era pelirrojo y con rayitas más claras del mismo color, tenía unos enormes ojos verdes y se relamía la bocaza. "¿A dónde vais niñas? ¿No sois un poco pequeñas?"



"¡Estamos buscando a tu jefe, pelirrojo! Así que ¡dinos dónde está ahora mismo!" Edurne era muy valiente, quizás la más valiente de todo el pueblo, y no se cortó ni un pelo.


El gato se apoyó en las patas delanteras, mirándola fijamente como si fuera a saltar, pero Edurne cerró las manos y enseñó amenazadora sus puños al felino, que se volvió a sentar sobre las patas traseras y le dijo "muy bien niña, si eso es lo que quieres, te diré dónde está y así veré cómo Flo te come enterita de un mordisco".


Les indicó que había un silo a la entrada del pueblo y que normalmente se reunían todos allí para recibir instrucciones, cuando Flo no estaba patruyando, solía quedarse por allí. Echaron a andar y por el camino, observaron cómo los gatos se habían apostado en lugares estratégicos para vigilar las calles, cada vez que se acercaban a uno, el pequeño Plim mascullaba quejas en voz muy bajita porque tenía mucho miedo de los gatos.


Cuando llegaron al silo, tuvieron que buscar la entrada, resulta que había una grieta en un lado y pudieron colarse por ella. Plim les dijo que él no las podía acompañar.


Entraron dentro, sólo había algo de luz de lo que se colaba por las rendijas pero pronto se acostumbraron a la oscuridad y pudieron ver mejor. Al mirar hacia arriba, Edurne vio unos enormes ojos amarillos que capturaban toda la luz y la reflejaban, era un gato gordo que no paraba de mirarlas.


Saltó y cayó justo delante de ellas, entonces le pudieron ver. Era un gato orondo con patas muy largas grises que terminaban en calcetines blancos, la cola era en su última mitad también blanca, ¡era el gato de Edurne!


Ésta se acercó y le dijo: "Pero a ver, tú te llamas Cati y eres mi gato, ¿qué es eso de Flo?"


Flo, divertido, le explicó que en el mundo mágico los gatos tenían otros nombres, y que le podía llamar Cati. ¿Pero cómo había ido a parar allí su amita?


Edurne le explicó que no debía zamparse a todos los ratones, que alguna vez podían discutir con ellos, pero que tener toda La Parra (el pueblo) vigilado, no estaba nada bien, y que si quería seguir durmiendo a los pies de su cama tendría que portarse mejor.


El gato le dijo que el problema era que su collar se había perdido en la Iglesia, y que querían entrar pero que allí vivían muchos ratones, y que estaban intentando capturar a uno que les pudiera devolver el collar pero que para los gatos era muy difícil distinguir a los ratones ya que les parecían todos iguales.


En definitiva, llegaron a la conclusión de que lo que tenían que hacer era las paces con los ratones y conseguir el collar de vuelta, así que le dijeron a Cati también llamado Flo que les acompañara a la Iglesia. Éste no perdía nada por ir, así que no tuvo inconveniente en acompañarles.


La puerta de la Iglesia seguía abierta, y allí Plim llamó a Benim, que no quería asomarse. Al final entró Plim acompañado de Leyre mientras Edurne se quedaba en la puerta con Cati o Flo, como le llamaban en el mundo mágico. Leyre y Plim consiguieron convencer a Benim de que saliera, junto al collar, que habían encontrado y guardado los ratones.


Ya fuera, Edurne le cogió el collar a Benim y se lo ató a Cati/Flo alrededor del cuello.

"¡Muchas gracias amita! Prometemos no cazar más ratones de lo normal." Benim parecía satisfecho, además no se le veía muy a gusto ahí fuera de pie al lado de ese pedazo de gato gordote que podría comerle sin ningún miramiento, y Plim tampoco se encontraba cómodo, así que se despidieron y se metieron en la Iglesia, dejando a las dos niñas con el jefe de los gatos.

¡¡¡Habían conseguido la paz entre roedores y felinos!!!


Ahora sólo quedaba volver a casa, pero Plim se había ido. ¿Cómo se las apañarían?


El jefe gato miró a Edurne y le dijo: "No sé si lo sabes, pero los gatos tenemos poderes mágicos y podemos ver entre los mundos. Puedo hacer que volváis, ¿os ayudo?"


Edurne le prometió una ración doble de comida esa noche, y Cati/Flo les pidió, complacido por el intercambio, que se dieran las manos y cerraran los ojos. De repente sintieron como si estuvieran en una atracción del parque de atracciones, girando como una peonza, sintieron el aire que les rodeaba y les levantaba del suelo, hasta que todo paró y abrieron los ojos. 


Estaban en la puerta de la Iglesia, y Emilio, el sacerdote de La Parra, salió en ese momento, viendo a las dos picaruelas dándose la mano, con un gatito gris ronroneando a los pies de Edurne.   











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